miércoles, 1 de abril de 2015

Clara

Me gustaría saber qué maldita probabilidad hay de que te encuentres en tu luna de miel, después de doce horas de vuelo y tres de autobús, a tu exnovia en el descansillo del hotel. Se llamaba Clara y estaba sentada en un sillón junto con el que, me imagino, sería su pareja, un tipo con aspecto inglés y la dentadura desproporcionadamente grande. A ella, cuando me vio, solo le faltó abrir la boca. Se me quedó mirando pero de una manera tan familiar, como si se hubiera encontrado con una cajita llena de recuerdos que creía perdida.

—Cariño, ¿estás bien? —me preguntó Candela. —Te has quedado como fuera de onda y por fin llegamos al paraíso mi amor. 

Candela era la típica argentina con el pelo largo castaño, ojos negros, un cuerpo cuidado, y muy guapa. Y no es que lo dijera yo, sino que trabajaba como modelo para varias revistas de moda. Vamos que llamaba la atención allí donde iba y siempre que quería. En ese momento yo la abracé fuerte. Mi exnovia había dejado de mirarme. Luego cogimos las llaves y fuimos a descansar a la habitación. 

Esa noche había un concierto en el restaurante del hotel. Se trataba de un salón con un centenar de mesas para dos mirando al escenario.  Nos sentamos en el mejor sitio. Candela se había pintado los labios de rojo pasión y me buscaba las piernas debajo de la mesa. La verdad es que no estaba para eso, no me encontraba cómodo sabiendo que mi ex podía estar por allí. Y justo cuando empezaron las baladas, ella y su pareja fueron los primeros en subirse al escenario para bailar. 

—La comida está rebuena. ¿No te parece mágico? Todo esto, quiero decir. La música, el ambiente, la luz. Vos, se ve tan lindo. Y tan centrado. —Hizo una pausa— Querido, discúlpame, voy al baño. 

Aproveché para girarme y poder ver mejor a Clara y su inglesito. Llevaba un vestido largo verde malva con el pelo recogido y él un traje tipo marinero con zapatos de color blanco. Qué mal gusto. Bailaba la canción lenta como si estuviera en una fiesta vikinga, con las manos levantadas, pegando saltos y dando patadas. Si ni siquiera se podían besar con esos dientes. 

—Cariño, ¿querés bailar? —me preguntó Candela al llegar. 
—No. Estoy cansado. 
—Vamos, boludo. 
—Te he dicho que no y punto. 

Nunca he sido de bailar, no entendía por qué insistía. Además que con esos dos en el escenario ni por asomo iba a salir. Con las malas caras, al poco nos fuimos a la habitación a dormir. Candela era muy temperamental pero sabía que si ponía de mi parte, por la mañana se le pasaría rápido. Sin embargo, yo esa noche apenas pude conciliar el sueño. Por más que lo intentara, siempre que cerraba los ojos, me acordaba de Clara, de cómo me miraba. Cuando estuvimos juntos, llegamos a hacer todas las rutas de senderismo de la provincia con su infatigable perro, Pancho. También jugábamos al voleibol siempre que podíamos y nos gustaba bucear en verano. Cuando sabíamos que iba a llover seguro, alquilábamos una cabaña rural y al calor de la chimenea, veíamos películas durante toda la noche. Y qué decir de nuestras borracheras, aburríamos a nuestros amigos jugando al futbolín, éramos los mejores. Casi no me acordaba de por qué la dejé. 

A la mañana siguiente fuimos a la playa privada del hotel. Era de arena fina y blanca con las aguas cristalinas. 

—Esto es maravilloso. —dijo Candela revolcándose por la arena. —Viste como acertamos en venir a un sitio como este. Solos, sin nadie alrededor que nos pueda reconocer. En absoluta y firme paz, justo lo que andábamos buscando. Mira que cielo. Cariño, ¿no tenés calor con la gorra y la camiseta?
—No, la gorra es traspirable. 
— ¿Sabes? Te acordás de Max, el chico con el que estuve antes de llegar a España.
— ¿El yonqui?
—Aún recuerdo cuando lo dejé en el aeropuerto, el nene no podía parar de llorar. Hace tantos años ya de esto y aún me sigo acordando de él, no creo que pase nada, ¿no? Creo que es sano que lo hablemos. Luego te conocí y ahora estamos casados. Este nuevo vínculo que nos une, creo que es muy fuerte. 
—Que sí. Me puedes contar lo que quieras.

A Candela le gustaba hablar demasiado y a mí a veces me agotaba. Pero es que además, se podía poner tan pesada cuando le daba estos arrebatos de sinceridad. 

Por la tarde hicimos una excursión en catamarán a unas islas vírgenes y por la noche dimos una vuelta por la ciudad. No volví a saber de mi ex hasta el día siguiente. Un camarero me entregó una nota mientras desayunaba. Por fin me hablaba. Candela no tenía hambre y se había quedado en la habitación por lo que pude leerlo con tranquilidad.

“Espero que ella no esté cerca para que puedas leer esto sin que te distraigas. Si de verdad me quieres a mí, ven a encontrarme en la playa. Si no, te olvidaré para siempre. “

No iba a dejar a Candela en nuestra luna de miel. Me sentía cómodo estando con ella y la quería, aunque a veces fuera un poco egoísta y bastante despistada. Pero conforme más lo pensaba, más me daba cuenta de que tenía que encontrarme con Clara. Tenía que ayudarla a cerrar nuestro capítulo y que siguiera adelante. También sentía cierta curiosidad sobre cómo le había ido todo en este tiempo, pero no podía haber nada de malo en ello. Un reencuentro fugaz de antiguos enamorados, nos abrazaríamos, nos contaríamos cosas, nos reiríamos. ¿Seguiría oliendo igual que antes? 

Sin darme cuenta, el tiempo había pasado volando. Recorrí toda la playa pero no la veía por ningún lado. No podía rendirme tan fácilmente. Fui a preguntar a recepción para que llamaran a su habitación.

—La señorita Clara Márquez dejó el hotel ayer, señor. —me contestó el recepcionista. 
En cuanto llegué a mi habitación, no había rastro de Candela. 

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