lunes, 7 de diciembre de 2009

Monólogo del dentista

Hay cosas que solo te pasan una vez en la vida. Y no hablo de que te pillen con un cigarrillo de marihuana empezado, que algún desaprensivo, y totalmente desconocido, te obligó coger (Mamá, te prometo que fue así); o que una cocina se incendie porque el aceite estaba caducado; o ver un conejo rosa saltando en plena calle del centro, aunque de esto no me acuerdo muy bien. El caso es que hablo de que, por fin, he ligado.

Pero hay algo que puede echarlo todo a perder… Tengo lo que en latín se llama: “dentis amarillus du cojonis”. Y esto, realmente, me hace sentir especial porque hay gente que tienen los dientes un poquito amarillos, otros un poquito grises, algunos ya pueden tenerlos marrones y, luego, como único y sublime espécimen, estoy yo. He intentado atraer a multitud de churris-guarris con esto, pero lo más que conseguí es un “Muérete ya” y un “Ya, muérete”… recuerdo que la propiedad conmutativa subyacente me dejó fascinado.

Pero ahora quiero que todo vaya bien. He decidido contar con ayuda profesional… voy a ir al dentista. Sí. Lo que pasa es que tengo una desconfianza natural en ellos y, en general, en cualquier persona que, sonriendo, te hacen sentarte en una silla reclinada, dónde las luces te impiden ver una mierda, y encima viendo todas esas sierras, cuchillos e instrumentos afilados que van a usar… No sé, llámenme tiquismiquis, pero al menos el de la Matanza de Texas no te sonreía.

Entonces claro, en situaciones así veo necesario ponerme el chip “Traductor de pensamientos” en modo "ON". Lo primero que nos encontramos es la sonrisa Profident de la de recepción, que ya puede estar pensando en las nalgas peludas de Santiago Segura que la de recepción sigue en su pleno apogeo de felicidad. A veces, incluso, parecen que son personas promoción-promoción, que el traductor detectaría su pensamiento tal que así:

- Buenas tardes buen cliente, mire mis dientes. Como podrá observar, ni punto de comparación con los suyos. Guarro. Siéntese por favor.

Así que dejamos de lado el típico mostrador de mármol. Porque todos los dentistas tienen algo de mármol. Es una de tantas cosas que no entiendo. En fin, nos sentamos entre dos personas… y el traductor de pensamientos vuelve a funcionar.

Pipipiiii… Detectando pensamiento del sujeto a la derecha:

- Joder…. Ni así puedo estar ya… Voy a intentar echarme un poco adelante… pufff Que va, que va…. Las hemorroides me están matando… Quiero llorar…

Pipipiiiiiiii!!… Detectando pensamiento sujeto de la izquierda:

- No puedo evitarlo… ¿se dará cuenta el que se acaba de sentar al lado mía? No sé no sé… venga… vamos allá.. Psssssssssss (Sonido de pedo)

Pfff que tampoco necesito saberlo todo. Vamos a por las revistas mejor, porque esta es otra cosa recurrente en los dentistas. Elegimos alguna de las muchas que hay: “Viajar con hijos”, “Cosmopolitan” o “Como hacer feliz a tu mujer con un hilo de dientes”. Nada interesante. Venga va, lo confieso. Soy de los que cojo las revistas de "Viajar con hijos". 

Luego de una eternidad de varias revistas, muchos destinos e ideas para viajar con mis niños fecundados con mi futuro nuevo amor, el cual conseguiré cuando pueda abrir la boca sin que se extinga ninguna especie, por fin ha llegado la hora y entramos en la sala.

Aquí tenemos que recordarnos de por qué estamos aquí. Hemos ligado. Tenemos que quedar bien. Y con la banda sonora de Rocky sonando en nuestra cabeza, entramos. Vamos pa’ ya’. Nos sentamos en esa silla de torturas. Que no se note nuestro miedo. Somos hombres. Ostias. Pero todo se jode cuando el dentista dice, y siempre dice lo mismo, que:

- Tranquilo, que un blanqueamiento es una cosa muy sencilla.

Pipipiiiii Traductor…

- Vamos tranquilo… que un blanqueamiento es una cosa muy sencilla… Vamos a ver... Habré escogido bien la sierra? 40 centímetros de cuchillo serán suficientes? Ten cuidado de no darle en el nervio ese… Uysss… ¿Como habrá quedado el Madrid? Mierda no me he puesto los guantes… ¿me habré limpiado las manos? Encima no quedaba papel en el baño.

Lo peor es que no puedes hacer nada estando con la boca abierta de par en par. Vamos que pareces el hermano gemelo de Carmen de Mairena. Además, tampoco te atreves hacer mucho porque está ahí, vigilando, una de las risas Profident… ¿Seguro que no le han sacado del Un, Dos, Tres? Lo único que puedes hacer es cerrar los ojos, pensar en ella… tu cita… Y no respirar… por tu salud.

En cuanto termina, rápido, tienes que salir de esa tortura. Para despedirse, te da la mano, pero tú le das un abrazo afectivo (es que a saber lo que ha hecho antes, que no se la lavado las manos). Sales del dentista. Te cruzas con el que estaba sentado a tu izquierda:

Pipipiiiii Traductor…

- Ese chico otra vez... Psssss… (Sonido de pedo) ¿me habrá escuchado otra vez? Jodidas alubias. 

Por fin, eres libre. Ahora a pensar en la cita… Estás pletórico… dos chicas te han devuelto el saludo de tu sonrisa blanquecida con un: Guapo! Que vale, eran chicas de 70 y pico años, pero eso cuenta. Ahora coges el móvil para llamarla y… ves un mensaje… Es ella… Que cancela nuestra cita. Ha vuelto con su exnovio. El modelo. Y claro tu dices:

- Qué le vamos a hacer… Estas cosas pasan. 

Pipipiiiii Traductor…

- Hija de puta.