sábado, 24 de enero de 2015

Por el amor de Dios

“La cogió de la cintura y la atrajo para su cuerpo desnudo. Sobrecogida, no pudo evitar la tentación de tocar sus portentosos abdominales y subir por sus pectorales hasta perder la mano succionada en el enmarañado de su pelo en el pecho. Pepe no aguantó más y la besó. Dolores suspiró de placer.” Acabó el capítulo de “500 sombras de Pepe” y se acostó deseando que algún día pudiera disfrutar de esa manera con su vecino. Desde que lo conoció había sentido cierta atracción por él. Solían coincidir en el descansillo del portal, a veces, incluso pasaba horas allí hasta que se encontraba con él. Con el tiempo la relación fue avanzando y cada vez hablaban más, como comercial o masajista, mercader, fontanera, política o simplemente como borracha; gracias a este último logró saber que seguía sin tener pareja. Los días que no se veían, ella siempre guardaba alguna que otra foto de él en su dormitorio, que se la había hecho sin que se diera cuenta para que saliera más natural.

— ¡Niña! Que me voy a dormir ya. —gritó su madre desde algún punto de la casa.
—Vale, buenas noches. —respondió.
—Padre nuestro que estás en los cielos, santificado, sea...
—Por el amor de Dios, mamá, que reces en silencio. Améeen. —le dijo interrumpiéndola.
—Bueno, pero que no se te olvide que mañana me tienes que lavar entera que hoy he cagado.

Esa noche soñó que se casaba con su vecino en la catedral, la santísima santidad les daba su santa y pura bendición para un matrimonio casto y puro y santo. Un portazo la despertó, era su vecino que salía ya para trabajar. Mierda, pensó. Saltó de la cama, se puso el traje, se echó un poco de potingue en la cara para oscurecerse la piel, se pintó la barba y salió. Afortunadamente, el vecino se había quedado hablando con el del quiosco. Para disimular, se entretuvo ojeando el periódico del día en cuya portada se veía en grande: “2-0, partidazo entre El Alcornocales y Poyales del Hoyo”, y en un cuadrito más abajo “Las tropas patrióticas españolas a punto de recuperar Melilla. Islam tiembla.”. El vecino se despidió del quiosquero y ella lo siguió por la calle que colindaba con el muelle de mercancías del puerto. Pasaron por la antigua estación de autobuses hasta llegar al edificio de aduanas. En la puerta, había una decena de personas esperando a que llegara su vecino. Ella ya sabía que se dedicaba a apoyar a todas las personas que habían sufrido algún episodio violento en el conflicto bélico con Marruecos. También evaluaba si debían recibir una ayuda del estado Español para evitar su exclusión social. Ese día, ella sería uno más, aunque no era la primera vez que iba. A los pocos minutos, se abrieron las puertas. Empezaba la sesión.

—Vamos a ver, las autoridades municipales me confirmaron ayer que ninguna partida yihadista ha llegado por el litoral sur. Así que los que se quejan de que les acosan por el portero electrónico repitiendo todo el tiempo: “Mahoma mola”, por favor, que recojan su parte de alta y se marchen. —ordenó el vecino.

La mitad de los allí reunidos se levantaron al unísono y fueron abandonando la estancia. No era normal que su vecino se mostrara tan tajante y directo. ¿Por qué tenía tanta prisa?

—Los Carmona otra vez. ¿Qué os ha pasado ahora? —preguntó su vecino. Prácticamente todos los que quedaban en la sala pertenecían a la familia de los Carmona.
— ¡Ay payo! Los moros otra ve’, que han venio y ce lan llevao to’: la furgoneta, los claveles y to’. Encima, lan vuerto a tomá con el Jonhatan y el Josua. Míralos, pobrecillos, no pueden ace na’. Por el amor de Dios.
—Vale. Recojan la ayuda y nos vemos la semana que viene. —les interrumpió el vecino.
Todos salieron de la sala excepto ella y los que tenía a su lado. Definitivamente había algo que no le gustaba.
— ¡Usted! —la señaló. ¡Está acusada de contraespionaje!

Madre del señor, por qué elegiría esa tonalidad de piel, pensó. ¿La descubrirían? Bajo ninguna circunstancia podían saber que era una mujer, o que era su vecina, ni que estaba enamorada de él, o todas las cosas a la vez. Los que estaban a su lado, sacaron unas cuerdas y la ataron a la silla.

—Asquerosos. Venís a estas tierras de paz y armonía. Nosotros, gente de buen corazón que no queremos hacerle mal a nadie. —seguía increpándole su vecino. —Cortadle un dedo ahora mismo.

El de su derecha sacó de su maletín una figura de Jesucristo de la penitencia y luego un cuchillo con el que le arrancó el dedo chico de los pies. El dolor era tan fuerte que se mareó de pensar si su vecino tendría reparos para salir con una mujer con un dedo menos. Tras unos minutos sin que pararan de gritarle, acabó preguntando.

— ¿Pero cómo os puedo demostrar de que soy inocente?

El de la derecha miró al vecino, el vecino al de la izquierda, este miraba al cuadro de la virgen misericordiosa que había colgada en la pared, el de la derecha volvió a mirar al de la izquierda y la virgen miró al vecino.

—Si tu dios es el mismo que el nuestro, que nos mande una señal. —acabó contestado con sarcasmo.

En ese momento, una paloma blanca y resplandeciente se puso en la ventana que daba al faro. Brillaba por si sola e incluso emitía un sonido destellante y divino que se hubiera notado más si su vecino no la hubiera disparado con la pistola que acababa de sacar.

—Maldita gaviota. Mañana llueve seguro. —contestó. ¡Metedle la cabeza en el hielo!

Le cogieron de la cabeza y se la metieron en un cubo lleno de agua congelada. Apenas podía respirar y su nariz tenía un color tirando al morado, pero lo peor fue que el maquillaje se le quitó y el pelo le quedó suelto. Ya no podía disimular quién era.

—Está bien. Soy su vecina.
—Por el amor de Dios... —se lamentó el vecino. Ahora me sales con esas… Al calabozo, ¡sucio moro afeminado!