lunes, 13 de octubre de 2014

Mi primer diario

Lunes. He decidido empezar a escribir en el diario que me regaló mi madre por mi cumpleaños. Dice que si escribo todos los días cuando pase el tiempo lo disfrutaré mucho leyéndolo. Por ahora, solo me divierto entremezclando las tintas de colores que me han conseguido, aunque tengo que esforzarme más para que mi letra se entienda mejor.

Martes. Todos los días de primavera nos juntamos los vecinos para cantar y que los mayores nos enseñen cosas muy interesantes sobre las plantas. Luego la vecina de al lado se puso a bailar delante de todos. Es muy vergonzosa, así que todos la animamos. Hasta los jilgueros se callaron para escucharla. Ha sido muy divertido. Sin embargo, mi madre ni así parecía pasarlo bien. La miraba de reojo y estaba como ausente, como si aquello no fuera con ella. Y lo entiendo. Hace unos meses mi padre se fue para no volver y desde entonces mi madre no es la misma. Quiero conseguir que mi madre sea tan feliz como antes.

Miércoles. Hoy me he dado una vuelta por el pueblo. Es muy pequeño pero para mí tiene mucho encanto. Está a orillas de un lago muy grande y a lo lejos se ven unas montañas altísimas. Prometo que un día me perderé subiendo y bajando al trote por esas colinas.

Jueves. Mi madre me ha llevado a un riachuelo que hay cerca del pueblo. Es mi sitio preferido. Me encanta correr a contracorriente con el viento golpeándome la cara, saltar de piedra en piedra jugando a no tocar el agua y, sobre todo, salpicar a mi madre cuando no se lo espera. Sólo así parece divertirse por un momento aunque luego se vengue de mí lanzándome un buen cabezazo. Pero solo está así un momento. Luego vuelve a estar incluso más alerta y preocupada que antes. Me dice que allí hay muchos lobos, que no nos podemos descuidar. Yo los he visto alguna vez y siempre tenemos que salir corriendo. Pero bueno, hoy lo hemos pasado muy bien. La quiero mucho.

Viernes. Hoy tocaba ir al mercado del pueblo a por comida. Nunca hay para todos así que muchos salen en bandadas dando empujones. Es desagradable ver como los más ancianos o los inválidos se quedan otra vez sin nada. Por suerte mi madre siempre consigue para los dos.

Sábado. Ahora mismo sigo temblando mientras escribo estas palabras. No lo entiendo. No entiendo nada. Todo empezó esta mañana, muy temprano, cuando se escucharon como unas bombas que retumbaron en los cielos. Se hizo el silencio en el pueblo. Mi madre me vino a buscar acelerada y me abrazó como protegiéndome. Tras ella llegaron los lobos con su mirada puesta en mi madre. Luego todo pasó muy rápido. Uno de los lobos se abalanzó sobre ella y la despellejó parte del cuello. Sangraba mucho pero aun así reunió fuerzas para separarse de mí y alejarlos de dónde yo estaba. No pudo ir mucho más allá. Otro lobo fue a morderla a la rodilla resquebrajándole las articulaciones de un disparo. Ella me miraba, ya desde el suelo. Echaba cada vez más sangre por el hocico. Fue el último disparo el que le dio justo en la cabeza. Su cuerpo quedó con el cuello abierto, la rodilla desencajada y su cabeza desfigurada, y, más allá, estaba yo. Los hombres encorsetados en sus ropas de ir al campo, se felicitaron unos a otros por la pieza, se arremangaron sus pantalones y, entre varios, se llevaron lo que quedaba de mi madre.

Domingo. Este pequeño ciervo aún sigue solo, preguntándose qué ha pasado.


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