sábado, 8 de noviembre de 2014

Monólogo del vegetariano

—Soy vegetariano—. Es decirlo y hacer amigos en todas partes. Unos te confiesan que ellos también lo serían, si pudieran dejar de comer jamón ibérico, el de bellota o el de jabugo, da igual, pero te enumeran todos los tipos que hay. Y estos son de los más suaves, hay otros que, repentinamente, les crece una voluntad irrefrenable de contarte cuando fueron a cazar cervatillos en su casa de campo de Poyales del Hoyo, Ávila. Por supuesto no se quedan ahí, te relatan con minucioso detalle cómo la mujer de turno prepara cada una de las piezas que van a cocinar, porque ellos no cocinan, ellos cazan, también juegan al póker, hablan de negocios, se van por ahí por la noche a divertirse con amigas, pero ellos no cocinan. A este tipo de amigos son los que yo llamo los “Vividores folladores”, no por lo que estáis pensando, sino porque les gusta joder literalmente a todo el que se ponga en su camino. Cuando hablan de los animales que han cazado, siempre hay algún jodido que le hace parar y le recrimina lo bárbaro y cavernícola que es, son los que yo llamo los “Heidis”. A mí me gusta hablar con los “Heidis”, te diviertes mucho.

— ¿Y cuáles son tus motivos para ser vegetariano? —te suelen preguntar siempre.

Aquí da igual si dices que es por la sostenibilidad del planeta o la explotación a los animales o porque Brad Pitt también lo es, los “Vividores folladores” se van a reír igual. Pero con los “Heidis” es diferente. Ellos escuchan e intentan entenderte:

—Yo adoro a los animales también. Tengo varios perros y me dan arcadas de pensar que los chinos se los coman. Pero, ¿y cómo puedes vivir sin proteínas si no comes animales?

La eterna duda existencial de las proteínas. Aquí me gusta ponerme técnico y les contesto: “lo cierto es que cuando llevamos un tiempo sin tomar proteínas, nuestro hígado, a partir de la encima WTF-47, es capaz de generar sus propias proteínas, muchos más grandes y bonitas, a partir del oxígeno que respiramos y las heces que soltamos”. Lo digo de sopetón y los “Heidis” se quedan maravillados. La verdad es que no les culpo. Desde el parvulario nos dicen que las proteínas sólo pueden obtenerse de los animales, que sin ellas no podemos vivir, y los “Heidis” aún necesitan dormir con la luz encendida. Por eso mismo, los “Heidis” suelen ir acompañados de los “Iluminados”, otros de los amigos que me suelo encontrar a menudo. Los “Iluminados” son la antorcha que ilumina y da sentido al camino trágico y melodramático de los “Heidis”. Para ellos, todo en la vida tiene una explicación y un fundamento lógico-científico-religioso, todo junto, que sólo ellos conocen, entienden, o si no se lo inventan. Nada se escapa a su raciocinio privilegiado, excepto una cosa: que alguien se haga vegetariano. Al principio, identificar entre mis nuevos amigos a “Iluminados” es complicado. Te los puedes encontrar en cualquier sitio: en un bar, pidiendo en la calle, en el congreso de los diputados. Incluso a veces van solo, sin ningún “Heidi”. Afortunadamente, cuando empiezan a hablar se les identifica perfectamente:

—Los vegetarianos vais contra el círculo de la vida. El ser humano está arriba, el resto de cosas está abajo. Tampoco es tan complicado.
—Maldito hipócrita come-césped, y las plantas ¿qué? ¿Acaso no son seres vivos?
—Sería totalmente insostenible que todo el mundo fuera vegetariano. No hay tanta tierra.

La verdad absoluta no se discute así que mejor no rebatir ninguno de estos argumentos con ningún “Iluminado”. Pero todos estos amigos de los que os he hablado hasta ahora, no le llegan ni a la suela de los zapatos al último y más temible de todos. A un “Vividor follador” le das un fajo de billetes, aunque sean falsos, y ya les haces felices. A los “Heidis”, les dices que hay una mariposa por ahí detrás y están entretenidos. Y a un “Iluminado” le planteas la paradoja del huevo y la gallina y se queda absorto en un bucle infinito. Pero los peores de todos con muchísima diferencia y sin lugar a dudas son los “Padres”.  Cuando le dije por primera vez a mi padre que era vegetariano, él lo entendió más rápido que mi madre, la verdad, y tampoco intentó convencerme de lo contrario, simplemente salió de la habitación diciendo:

—He perdido a un hijo.

Con mi madre fue diferente. Al principio, le costó reaccionar tras este tremendo golpe. Tenía muchas dudas e inquietudes por esta nueva forma de vida.

—Pero hijo, ¿y los pescados también?
—Sí, mamá.
— ¿Y el atún?
—Mamá, el atún es un pescado.
—Ya, pero… Es diferente. ¿Las gambas también?

Hoy la situación se ha normalizado con ella, pero hubo momentos realmente tensos. Como cuando me cocinaba lentejas con chorizo, y lo quitaba antes de ponerme el plato en la mesa. Si algo aprendí de aquellos días es que si te sientas a comer y todo el mundo se queda mirándote, coge el plato y tíralo por la ventana.

Nuestras conversaciones también han cambiado, se centran única y exclusivamente en los análisis de sangre.

—Hijo, ¿cómo estás?
—Pues me han despedido otra vez y cuando llegaba a casa, un encapuchado tartamudo me robó el móvil, le tuve que dar los dos que llevaba, claro.
—Ya, pero digo que cómo han salido los análisis de esta semana, te lo has hecho ya, ¿no?
—Sí, tengo la creatinina dos puntos por encima mamá.
— ¡Ay! Hijo. Deja de ser vegetariano. Eso es porque te faltan proteínas.
—Mamá, la creatinina sale porque hay un exceso de proteínas.
—Mira que ya lo dijo tu padre y eres nuestro único niño…

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